Amor de madre?
Llegué a casa y la busqué, como siempre, para cerciorarme de que estaba bien. Desde muy pequeña la acostumbré a quedarse sola y nunca había pasado nada. Bueno, sólo una vez que la dejé encerrada y a oscuras, pero ese hecho no pareció traumatizarla.
Después de mirar en su cuarto, en la sala de estar, el cuarto de estudio, la habitación de mi compañera de piso… empecé a llamarla insistentemente: “¿Lola? Sal, venga. Mira lo que te he traído ¿Lola? ¿Lola?”
Comencé a ponerme nerviosa y temí lo peor. Quizá hemos dejado una ventana abierta y se ha caído por el balcón… No, no. El portero seguro que me hubiera dicho que habían venido los bomberos, la ambulancia y la policía a levantar el cadáver… O puede que se haya ido de casa y se haya perdido… ¡Dios!¡ Es tan pequeña! ¿Qué puede hacer en esta jungla de asfalto? Se asustará y… No, no.
“¿Lola? ¿Dónde estás?” Miro debajo de mi cama, de la otra cama. Dentro de mi armario, aunque he puesto el pulpo para que no lo abra… En el balcón otra vez, la cocina, el baño… no está. Definitivamente no está. Quizá…. ¡Efectivamente! En el armario de Sonia. Bien encerradita y sin poder salir.
“¡Sal de ahí! ¿Por qué no contestas cuando te llamo? ¡Uyyyyy! Mi chiquitina, qué susto me has dado!”
Definitivamente, si este minuto de angustia lo paso por un gato está bien que yo no vaya a tener hijos. No lo soportaría.