Me despido, mariposa
El primer trimestre del año fue especialmente difícil. Casi muere mi padre y coincidieron circunstancias que agravaron la sensación de impotencia, de desamparo, de profunda tristeza. Otro indicativo de que la madurez hace tiempo que se instaló en mi vida, aunque me resista a reconocerlo. Afortunadamente todavía puedo discutir con él, sea por el tiempo que sea.
Se despertaron tímidamente en mí sentimientos que creía haber perdido y, aunque se han vuelto a dormir, ahora sé que están. Aletargados de nuevo, pero están.
Disfruté con ellos y ellas de ese gran don, la amistad, que espero seguir cultivando hasta el fin de mis días.
Visité ciudades que, por unas cosas u otras, me hicieron reflexionar para bien y para mal sobre el sentido de la vida.
En estos últimos meses me planteo de nuevo hacia dónde voy, qué quiero en adelante, cómo y cuándo. Si cambio rural por urbano, si retomo viejos sueños o invento nuevos.
Y esta noche hace justo un año que abandoné al tabaco y no me arrepiento, aunque eso signifique que la dulce Juana –a quien en tan escasas ocasiones veía- tampoco existe para mí ya.
Durante el 2007 he sufrido y he disfrutado, he vivido. Ha sido, pues, un año feliz.
Gracias por haberlo compartido.